lunes, 7 de diciembre de 2015

CARTAS PARA JUAN - CAPITULO 15

—Hay que ver — comentó Gonzalo al inspector una vez hubieron salido de la tienda — lo celosos que pueden llegar a ser algunos hombres. La pobre chica no podría casi ni hablar con su padre sin la presencia de su marido si se hubieran llegado a casar.
—Es cierto, pero empiezo a pensar que con esa mujer había que andarse con especial cuidado.
—Supongo que era muy avanzada para la época en la que vivimos — concluyó el joven agente.
— Sí, pero creo que si algo podemos sacar en claro después de este interrogatorio, es que estaba enamorada de Juan Villanueva. La cuestión es ¿Lo estaba él de ella?
Una hora después los dos compañeros entraban en las instalaciones de la fábrica de metales. Decenas de obreros pasaban con carros, carretillas y pesadas maquinarias. Se veía a los ingenieros por los ventanales de sus oficinas, probablemente debatiendo algún asunto y analizando planos. Aquella empresa suponía todo un avance para la época. Cada una de las personas que allí trabajaba, desde el peón más insignificante hasta el propio Fernando Villanueva lo hacía pensado en un futuro mejor. En esa compañía tenían la oportunidad de una vida con mayor calidad para ellos y, sobre todo, para sus hijos.  Cientos de padres trabajaban con ahínco para poder dar a sus pequeños aquello de lo que ellos no habían podido disfrutar en su infancia.
Metales Villanueva era el sueño y la esperanza de aquella villa del norte el país.
En su despacho Juan les esperaba serio, acompañado de su padre. Se saludaron con un apretón de manos. El inspector nunca había visto en persona a Fernando Villanueva, solo en algunas fotos en los periódicos. Su aspecto era bastante imponente a pesar de su avanzada edad. Tenía el pelo blanco y la piel bastante arrugada. Probablemente, pensó, parecía mayor de lo que en realidad era, pues como a la mayoría de los hombres y mujeres, los estragos que la guerra había causado en el alma, se veían reflejados en su rostro. Vestía de traje negro impoluto y se sujetaba en un bastón que ahora descansaba apoyado en el brazo de la silla. Tenía una voz fuerte e impetuosa que contrastaba con su aspecto y unos ojos fieros.  Recordó las cartas que Luisa había escrito para Juan y como se dejaba entrever en ellas la relación que éste tenía con su padre. Sintió pena por el chico y en cierto modo, también le admiraba. Sentado en la enorme butaca de cuero justo en frente de ellos Juan Villanueva, a pesar de todo, no parecía ser un hombre que tuviese pinta de dejarse manejar fácilmente.
El primero en hablar fue el anciano — Señor inspector le rogaría que lo que aquí se comente no trascienda a la prensa. Como puede observar, dirigimos una importante empresa y tenemos una gran responsabilidad con lo que a nuestros socios respecta.
—No se preocupe — respondió —.  Esta entrevista será plenamente confidencial, aunque si no les importa Gonzalo Vega, mi agente, tomará unas breves notas.
El inspector Sierra examinó a Juan, quien parecía preocupado y sumido en sus pensamientos. No lo encontraba muy distinto respecto a un par de días antes. Quizá con alguna hora de sueño menos a lo sumo. Miraba a su padre con desconfianza, casi como si fuera un intruso que no debiera estar en aquella reunión.
—Bien — comenzó el policía — imagino que habrá usted leído las cartas que encontramos en la habitación de la fallecida.
— ¡Pues claro! Eran mías
— ¿Qué relación mantenía usted con ella?
—Éramos amigos.
— ¿Sólo amigos?
—Sólo amigos — respondió secamente — Luisa estaba planeando su boda con otro hombre.
— ¿Y qué le parecía a usted esa boda?
— ¿A mí? Yo solo quería la felicidad para ella, casarse o no era su decisión y, en todo caso la de su familia — dijo fríamente mirando a su padre con cara de pocos amigos.
— ¿Se percató usted de la desaparición de las cartas que Luisa le enviaba? Quiero decir, no me pareció muy sorprendido cuando le dije que las encontramos en la habitación de la chica.
—Esas cartas eran muy antiguas. Hacía años que no las leía…
—No todas son  tan antiguas. Algunas datan solamente de unos meses atrás.
—Mire inspector — respondió Juan manteniendo la calma — Soy un hombre ocupado. No paso mis días releyendo la correspondencia de jovencitas. Como le he dicho en nuestro primer encuentro, debieron de haberse traspapelado y alguien las encontró.
—Luisa no era una jovencita cualquiera ¿Me equivoco?
—Nos unía una buena amistad— replicó seriamente.
El hombre, viendo que no iba a conseguir sonsacarle más información decidió cambiar de tercio. Se preguntó si tal vez, sin la presencia de Fernando, su hijo se hubiera mostrado más receptivo.
—Dicen que usted le ayudó con la publicación de su libro. ¿Es eso cierto?
—Así es. Aunque en realidad fue mi tío. Es un hombre de gran influencia en nuestro país y que se ha mudado recientemente a Europa.
— ¿Podría decirme a qué parte?
— Francia. Pero no veo qué importancia puede tener eso en la investigación.
— Era mera curiosidad ¿Puede contarme algo más sobre la publicación y el libro?
— Claro. Hacía unos años que Luisa soñaba con ser escritora. Yo era su único lector. Dejé varios de sus escritos a algunos profesores en la universidad y me dijeron que eran realmente buenos. Quería ayudarla. Por eso aprovechamos unas vacaciones de verano que mi tío Miguel y su esposa pasaron en nuestra casa. Él es un hombre de mundo. Se relaciona con personas de todas las clases y hace todo tipo de negocios, proviene de una familia económicamente importante y ha decidido usar su poder para poder colaborar con la sociedad. Su trabajo consiste en intentar proporcionar medios y empleo a los desfavorecidos y tiene pequeñas empresas de diversas índoles por todo el país. Tenía contactos en el mundo de las artes y las letras y es un gran entendido en esos temas. Por eso le presenté a Luisa y le pedí que le dejase uno de sus manuscritos. Le entusiasmó. Unos cuantos meses después conseguimos que la novela estuviera publicada.
— ¿No te olvidas de algo? — Preguntó Fernando Villanueva.
—No, de nada — respondió su hijo de forma cortante. — ¿Alguna pregunta más?
El inspector arqueó una ceja —Ya sé que es algo personal pero, dicen que la joven estaba enamorada de usted ¿Era consciente de ello? ¿Lo sabía?
Juan se sorprendió ante la pregunta y por un momento pareció que la voz le temblaba. Posiblemente sería de la tristeza por la pérdida, pensó el hombre.
—Dígame inspector ¿Le parece fácil adivinar si una mujer está enamorada de usted? Y más una como Luisa, con todos sus proyectos y su visión de futuro. Desconozco cuáles eran sus sentimientos hacia mí, pero para su tranquilidad, le reitero que no había nada más entre nosotros que una cordial amistad. Puede preguntar a quien quiera y se lo confirmarán.
El anciano bufó tensando a su hijo. — Estos jóvenes de hoy en día se creen más listos que sus mayores.
— ¿Qué quiere decir con eso?
—Mire, si yo fuera usted me aseguraría de estar buscando al sospechoso en el lugar adecuado. Mi empresa no se iría a pique por un amorío de tres al cuarto del irresponsable de mi hijo. Esa chica no era de una familia adinerada ¿No sería más probable que  alguien de su entorno se hubiera encargado de su muerte? Tal vez su prometido, su padre, su abuela ¡Yo que sé!
—Con todos mis respetos señor, pero nunca se sabe. Se oyen historias terribles acerca de las familias más acaudaladas.
— ¿Se oyen o se leen? Tenga cuidado inspector, si ha venido aquí para ofender a mi familia, le ruego que se marche.
— Señor Villanueva, se ha dado por aludido mucho antes de lo que yo me imaginaba.
Gonzalo miraba con nerviosismo a los dos hombres. Admiraba a su jefe por tener el coraje de enfrentarse al hombre más poderoso del momento pero pensaba que aquello había sido toda una osadía por su parte.
—Está bien — interrumpió Juan con voz fuerte —, si tiene usted alguna pregunta más, estaré encantado de responderle, sino discúlpeme pero tenemos que seguir trabajando.
— Creo que esto es todo por el momento.
Fernando Villanueva se levantó pesadamente y acompañó al inspector hasta la puerta. Mientras, Gonzalo le pedía a Juan que repitiera un par de respuestas para asegurarse de que la información que había tomado era correcta. El policía abrió la puerta de golpe y, tras ella descubrieron a una mujer. Esta dio un traspiés.
—Cecilia hija, ¿Qué haces aquí?
—Yo también debería haber estado en esta reunión y no me habéis dejado.
— ¿Y por eso te has quedado escuchando?
— ¡Exactamente!
Fernando suspiró. — No sé lo que voy a hacer contigo. Ojalá te parecieras un poco menos a mí.
Juan miró sorprendido a su hermana y le hizo un gesto que no pasó desapercibido para el inspector. La joven guardaba un gran parecido con él, nadie podría dudar que fueran hermanos. Llevaba un vestido rosa claro que le hacía parecer todavía más joven de lo que en realidad era, pero aun así solo había que mirarla detenidamente un momento para darse cuenta de que no era una chica corriente.
—Ya te dije que no tienes edad para estas cosas — dijo su padre con una dulzura que nadie podría creer propia de él
— ¡Tengo veintidós años!  El problema es que no me tomas en serio.
— ¡Claro que te tomo en serio! ¿Has ayudado ya a tu madre con los preparativos de la fiesta de esta noche?
—Si… pero ¿A quién le interesan las fiestas?
—Hija, no me apetece discutir. Además estos hombres — dijo dirigiéndose al inspector y a su agente que les miraban sorprendidos — ya se iban.
Salieron todos de la estancia cerrando la puerta tras de sí y dejando a Juan sumido en sus pensamientos otra vez. Reflexionó sobre la entrevista al completo y maldijo por las interrupciones de su padre. Es más, ojalá éste no hubiera estado presente. No tenía que haber ido. Pero siempre metía sus narices en todo. Debería de preocuparse un poco más por su hija y dejarle a él con sus asuntos, pues tenía muchos que resolver

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