lunes, 22 de febrero de 2016

CARTAS PARA JUAN - CAPÍTULO 26

Sentado en su cama, con la tenue luz de una lamparita y la tranquila respiración de Marieta tumbada a su lado solamente interrumpida por algún pequeño ronquido, el inspector Sierra contemplaba la portada de la novela de Luisa Suárez con intención de comenzar a leerla aquella misma noche. Había pasado los dos últimos días revisando a conciencia las cartas a Juan y aún no había tenido tiempo de ponerse con el pequeño tomo que tanta polémica había levantado.
 Lo había comprado aquella misma mañana en una librería que había vuelto abrir después de los estragos de la guerra. La única que había sobrevivido en la villa.
—Escondimos todos los libros — le contaba el librero. — No dejamos más que los artículos de papelería imprescindibles para ir sobreviviendo hasta que no tuvimos más remedio que cerrar, porque nadie tenía dinero para comprar ni siquiera tinta y un plumín.
— ¿Qué hicieron con ellos?
— Los guardamos en cajas y los fuimos trasladando poco a poco al sótano que mi suegra tiene en su casa del pueblo. Sabe Dios que de dejarlos aquí, los hubiesen quemado.
El inspector había movido negativamente la cabeza suspirando. Cuántas historias dejaba a su paso la guerra, ninguna buena. — Estoy buscando el libro de Luisa Suárez  — dijo cambiando de tema, dándose cuenta por primera vez, que no sabía el título.
El hombre no pareció sorprendido —Ha sido lo más vendido en las últimas semanas. Pobre chica, que desgracia.
— ¿La conocía?
— Claro, desde hace años. Siendo jovencita venía a ojear los libros. Siempre pasaba un buen rato leyendo el resumen de los argumentos de unas novelas que no podía permitirse comprar. En alguna ocasión le presté alguno «Será nuestro secreto» le decía a la pequeña, cuya ansia de conocimientos superaba a la de muchos intelectuales. Ella siempre me los devolvía puntualmente y, no paraba de repetirme que algún día me lo compensaría.
— ¿Cuándo la vio por última vez?
— Poco antes de su desaparición. Vino a preguntarme cómo me iba el negocio. Nunca dejó de visitar mi tienda ¿Sabe? Y en cuanto empezó a ganar su propio dinero, compraba libros a menudo, además de material para escribir. No sé hasta qué punto lo hacía porque lo necesitase o como agradecimiento a la secreta amistad que durante años compartimos, pues sabe que mi hijo está enfermo y esta tienda es el único sustento que tenemos. — El hombre pareció emocionarse durante un instante y, de repente, frunció el ceño.
— ¿Sucede algo?
—«Todo mejorará». Fue lo que me dijo la última vez que la vi. «Conseguiré que sus ventas aumenten» afirmó. « ¿Cómo lo harás, chiquilla mía? – le respondí – La mayoría de la gente aún es pobre y muchos mendigan para comer». «Nadie se resiste a un buen misterio» Respondió guiñándome un ojo. Y, con las mismas, salió por la puerta y no la he vuelto a ver.
  El inspector se sorprendió ante aquella última información ¿Tal vez Luisa conociera su destino? ¿Se habría planteado ser una autora mártir para que aumentasen sus ventas? Pero, ¿Con qué fin?
 Miró la portada del libro que tenía en sus manos: «Sueños y cenizas» llevaba por título con letras grandes y doradas. Un buen nombre pensó, agresivo y esperanzador al mismo tiempo. Oportuno para aquellos tiempos de malestar social y fuerte represión. No le extrañó el éxito anterior a la desaparición de su autora. Si él hubiera sido un asiduo a la lectura, probablemente, también lo hubiera comprado.
 Abrió el ejemplar y se sorprendió de que no hubiese ninguna dedicatoria, pues normalmente los escritores dedican sus obras a los seres allegados. Pasó las primeras hojas en blanco hasta dar con un prólogo que rezaba así:
«Una vez un joven tuvo un sueño. Se vislumbraba rey entre altas torres, soldado en armadura de metal y herrero forjador de destinos. Despertó empapado en sudor con la certeza de quien  se  sabe  conocedor de su suerte y, al amanecer, abandonó todo en pos de una ilusión.
 El camino no fue fácil, desde luego. No faltó quien le tomara por loco, quien burlara sus esperanzas, quien deseara verle caer, pero él, sin agachar un solo instante la mirada, siguió su instinto y terminó por construir lo que se convertiría en un imperio amado y odiado a partes iguales.
 Esta es la historia de su creación. La historia de un hombre y su familia y, sobretodo, un relato lleno de misterio y superación que demostrará que hasta las estructuras más sólidas quiebran y que, a veces, nuestro peor enemigo se encuentra, invisible, justo delante de nosotros»


  Al amanecer, el inspector Sierra terminó el libro y suspiró. Justo antes de quedarse profundamente dormido un pensamiento cruzó su mente cómo un rayo: ahí estaba la prueba definitiva, unas pinceladas más y habría resuelto el misterio… o casi.

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