lunes, 29 de febrero de 2016

CARTAS PARA JUAN - CAPITULO 27

— ¿Pero no lo ves, Gonzalo? —Vociferaba el inspector en comisaría aquella tarde.
— Lo veo, señor. Veo el libro porque lleva usted gesticulando con él en la mano durante los últimos veinte minutos. Pero no comparto su opinión.
—Esta novela cuanta la historia de cómo se creó Metales Villanueva con todo lujo de detalles.
—Pero no pone nombres.
—Pero hombre, por Dios — suspiró secándose el sudor de la frente — ¡Utiliza pseudónimos! He pasado la mañana buscando a personas de la generación de Fernando Villanueva I y, a pesar de que la búsqueda ha sido muy infructuosa dado que el hombre ahora tendría casi cien años y prácticamente ningún anciano tan longevo ha sobrevivido a la guerra, los hijos sí que recordaban el relato contado por sus padres: la historia de cómo se fundó el gran imperio que hizo resurgir a nuestra Villa.
—Pero lo que no entiendo es, si todo el mundo conocía ya esa narración ¿Qué es lo que la ha hecho tan famosa?
—El pueblo conoce la parte romántica: El hombre que persigue su sueño y lucha contra viento y marea en busca de un futuro mejor para los suyos. Pero lo que era ignorado hasta ahora son las frivolidades y los negocios sucios que Fernando Villanueva, padre e hijo, se han traído entre manos durante todos estos años y que esta joven escritora ha gritado a los cuatro vientos.
—Pero señor, según las cartas que Luisa le enviaba a Juan Villanueva podemos determinar que les unía una gran amistad. Es posible que el chico le hablara de su familia y ella, con su imaginación de escritora, se inventase lo demás. Por eso el rechazo que su padre sentía hacia ella, porque aunque la historia no era la misma, las personas de los alrededores podrían pensar lo contrario. Y lo que es peor, sus socios, sus competidores, sus acreedores… Esa novela podría caer en sus manos y, de hecho, seguramente lo hizo sembrando lo peor para un carismático hombre de negocios: la desconfianza.
— Una tesis muy elaborada, Gonzalo. Y bien pensado, pero se de lo que hablo — respondió descolgando el teléfono.
— ¿Qué hace? —preguntó el joven alarmado.
—Llamo al juez. Voy a pedirle una orden de registro.
— ¿Para la compañía? ¡Eso es de locos! Ni siquiera tenemos agentes suficientes para registrar la empresa entera. Podríamos tardar meses, eso por no hablar de las penosas consecuencias que podría traer si no encontrásemos nada.
—Tranquilo chico —Dijo levantando el auricular y haciendo girar la rueda del teléfono —, la orden será solo para el despacho de Juan y, con un poco de suerte también para sus habitaciones personales en su lugar de residencia privada.
—Creo que no le interesaría tener a Juan Villanueva en su contra, señor — replicó con mucha seriedad.
El inspector miró gélidamente a su subordinado —Creo, Gonzalo, que a quién no le interesa tener a la policía en su contra es a él. Dime una cosa, ¿Has leído el libro?
—Hace tiempo. Antes de este trágico suceso un compañero me lo prestó pero lo he revisado estos días por su pudiéramos obtener alguna pista.
— ¿Y no hay nada que te haya llamado especialmente la atención?
—Bueno… conociendo ahora la extraña amistad que unía a los dos jóvenes, he llegado a la conclusión de que tal vez ella utilizó la literatura como vía de escape. Quiero decir, en la novela también hay una historia de amor imposible y, si bien Luisa y Juan no han podido estar juntos en la realidad, pasarán a la historia como una pareja de amantes literarios. Al fin y al cabo, esa es una de las funciones de la literatura ¿No? La de hacer posible lo imposible.
—Muy bonito ¿Pero no te sorprende que al final la chica protagonista muere?
—No me ha parecido un factor especialmente relevante, dado que en todas las historias de misterios y corrupción siempre hay alguien que paga el pato — se encogió de hombros.
El hombre negó con la cabeza — Josefina, el personaje estrella de la novela, termina su vida precipitándose por un barranco. Y ¿Recuerdas qué fue lo que quedó de ella?


—Solo un zapato.

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